martes, 27 de marzo de 2012

Me gusta mirarte (y II)

Me gusta mirarte,
con la mirada abarcarte,
de la nariz a la boca,
de los ojos al arco de las cejas,
recorrer tu perfil, acariciando tu piel.
Y preguntarme una y mil veces
cómo puede ser tan nítida,
tan clara, tan transparente.
Y admirarte,
como si me trajeras
la blancura de la espuma,
la inocencia de la infancia
en la luz de las estrellas.

Me gusta mirarte,
con la mirada escucharte,
penetrar en tus oídos
y nadar en sus meandros.
Y preguntarme una y mil veces
cómo pueden ser tan limpios,
tan nítidos, tan precisos.
Y admirarte,
como si escuchara en ellos
el eco de los montes,
de la lluvia, de los mares, los torrentes,
como si fueran caracolas que me trajeran
el ruido de las olas.

Me gusta mirarte,
Con la mirada abrazarte,
hundirme en el nacimiento de tu pelo,
acariciando tus sienes cóncavas,
zambullirme en tus ojos,
preguntándome una y mil veces
cómo pueden ser tan profundos, tan oscuros,
tan vivos cuando los abres
en un revoloteo de pestañas.
Y admirarte,
como si me revelaran
la hondura del sentimiento,
de la duda, de la fe.

sábado, 3 de marzo de 2012

Me gusta mirarte (I)

Me gusta mirarte,
con la mirada besarte,
descansar en tu boca
y seguir sus pasos,
cuando comes, cuando bebes,
cuando hablas, cuando ríes,
preguntándome una y mil veces
cómo puede ser tan densa,
tan rápida, tan torrencial.
Y admirarte,
como si se convirtiera
en fuelle que insufla vida,
resonancia de la primera palabra.

Me gusta mirarte,
con la mirada envolverte,
seguir las curvas de tu frente,
perdiéndome en ellas,
deslizándome, abarcando
desde el pelo hasta las cejas.
Y preguntarme una y mil veces
cómo puede ser tan diáfana,
tan libre, tan meridiana.
Y admirarte,
como si me transmitieras
el pensamiento puro, intacto,
del alba de la humanidad.

Me gusta mirarte,
con la mirada sentirte,
hundirme en tu pelo.
Y preguntarme una y mil veces
cómo puede ser tan recio,
tan sólido, tan espeso.
Y admirarte,
como si los rayos del sol descansaran en tu frente
formando una corona de remolinos castaños,
como si fueras bosque frondoso,
tapiz del globo terrestre,
selva virgen aún no manchada
por el hombre.
 
Me gusta mirarte,
con la mirada tocarte,
envolver tus manos
contando sus dedos.
Y preguntarme una y mil veces
cómo pueden ser tan fuertes,
tan ágiles, tan flexibles.
Y admirarlas,
como si anunciaran el trabajo,
como si calmaran la fatiga,
como si aliviaran el dolor,
como si encerraran el futuro,
del mundo.